Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

martes, 4 de febrero de 2003

MivenezuelaActualidad venezolana al 4.2.2003

Hace 11 años, los venezolanos pasamos un susto muy grande. Por casi 24 horas estuvimos encolados al televisor y la radio, en espera de noticias y definiciones de lo que sucedía. Habíamos visto por TV como las tanquetas militares tumbaban las rejas y subían unos peldaños de los escalones de la entrada de Miraflores, el palacio presidencial. Nos hablaban de los tiros que se escuchaban desde dentro del palacio y en nuestra casa oíamos el taconeo incesante de los disparos en el ataque contra la casa presidencial de La Casona. Vimos el chocante video de los insurrectos en el canal de TV del estado: facinerosos, sudados, uno con el vientre descubierto por una camiseta que no llegaba a cubrir su lipa de cervecero, con voz ronca y lenguaje atropellado, manifestando algo que no podíamos ni queríamos entender, pues ya era claro, por esa actitud y lo que sabíamos que pasaba en otros lugares, que se trataba de un intento de golpe militar agresivo y sangriento, con magnicidio incluido (a pesar de que el expresidente Caldera dijera lo contrario) totalmente inaceptable, –como bien lo dijo Eduardo Fernández ese cuatro de febrero, y que, si no tuviera otros méritos personales, que sí los tiene, sería su actitud ese día suficiente para asegurarle un sitio de honor entre los venezolanos decentes de todas las épocas. Tranquilizó al público la declaración del Presidente, la ya mencionada de Fernández y la de Ochoa Antich, el Ministro de Defensa, pero nos intranquilizó y llenó de dudas e inquietud el “…por ahora…” de Hugo Chávez. Ese fue un golpe tan mediático como la guerra del golfo. Vimos todo o casi todo por la TV. Éramos un público cautivado por un suceso en desarrollo, no nos era posible internalizar lo que pasaba. Y así fue. No internalizamos lo que pasó ese día.
Ahora 11 años después, a cuatro años del inicio del gobierno de Chávez, caímos, por fin, en cuenta de lo que pasó ese día, de lo que vimos y no entendimos. No me refiero a la bravuconada fatídica del “…por ahora…”, estoy pensando en la falta de empatía de Caldera, en su actitud oportunista y codiciosa, en los personajes del video, en la ineptitud de los oficiales que trataron de tomar Miraflores y La Casona, en los grupos que no salieron de Maracay, en fin, en la chambonería mediocre, agresiva, sanguinaria y paranoica, que entró a gobernar este país seis años después, como resultado de nuestra popular ingenuidad política. Aquí nos creíamos todo y sin matices. Si el gobierno no sirve, saquemos al presidente, si el de transición sirve menos, defendámoslo, es un señor mayor que lo engañó su secretaria y le metieron gato por liebre, y el próximo presidente será aquel que defendió al “calumniado” Chávez y además lo indultará. Caldera populista, que contrasentido más confuso. Pero así fue. Después vino Chávez el demócrata probado en las mil batallas dialécticas sostenidas en la cárcel y con sus compañeros y mujeres. Nos lo creíamos todo. Un plan de gobierno que incluía la reforma del estado para llevarnos al siglo XXI, la descentralización y autonomía de las regiones, el fomento de las inversiones y del empleo, le generación de un estado estable respetuoso y defensor de las leyes, actitud férrea contra la corrupción, etc, etc, etc. Al final, hoy, una reforma del estado que nos retrasó 50 años, centralización, penalización y manipulación de las regiones por sus inclinaciones políticas, desempleo rampante, inseguridad jurídica, actitud férrea contra la disidencia. Lo demás ya lo sabemos, ya lo conocemos, lo acabamos de vivir. Tenemos 4 años padeciendo el progresivo desmoronamiento de todos los factores productores de riqueza y la descalificación de todas las personas que representan adecuadamente sus pares.
Las cosas están cambiando. Desde diciembre del 2001 al 2 de febrero de 2003, en catorce meses ha cambiado el venezolano. Seguimos siendo un poco ingenuos y pensando románticamente en los conceptos de libertad, paz, democracia, altruismo, solidaridad, lealtad. Pero también sabemos que somos fuertes y resistentes. Que podemos exigir. Que tenemos muchas maneras de hacer las cosas. Que no vamos a seguir permitiendo los abusos de autoridad, el irrespeto a las instituciones y a las libertades individuales y colectivas, ni la corrupción. Que el que la hace la paga. Que hemos aprendido a esperar activamente y con alegría, haciendo lo que hay que hacer y previniendo los ataques arteros y las traiciones a nuestra confianza. También sabemos que somos organizados, ordenados, eficientes, responsables, respetuosos, pacíficos y, casi todo el tiempo, serenos. El domingo, en “El Firmazo”, se recogieron millones de firmas que garantizarán los cambios políticos, legales y constitucionales que tienen que sucederse en el futuro. Los únicos problemas que se presentaron fueron la falta de planillas para firmar y bolígrafos, pues se desbordaron los cálculos iniciales, también hubo algunas escaramuzas con los exaltados seguidores de Chávez, que en minorías agresivas, a veces encapuchados, otras bebidos, trataron de impedir el proceso, en pocos lugares, afortunadamente. Hubo heridos, nuestra solidaridad está con ellos, pero fueron muy pocos, para lo que se veía venir como oferta amedrentadora. Así pues, que ahora sabemos que no son tantos ni tan fieros. Saber eso es bueno para nosotros, pero representa que los otros saben lo que nosotros sabemos, y ahora intentarán suplir sus debilidades de cantidad con agresiones y golpes de mano legales, económicos, policiales, etc. Nos aplicarán el ácido de los dólares y de las restricciones. Viene ahora la etapa de la “ley del embudo”, lo ancho para ellos…
El domingo fue también un día de jóvenes y de ancianos. Para los que votamos las últimas dos o tres veces era evidente que muchos jóvenes y casi ningún anciano, votaba. Simplemente no iban a los centros de votación. Esta vez fue al revés. Cantidades de jóvenes y no pocos ancianos. Hablo de personas como mi madre de 84 años, o la Sra. Kerdel de 100 años y medio, y otras que salieron en los noticiarios y las muchas que no fueron noticia pública, pero sí familiar. La necesidad ha permeado la apatía. Se acabó la desidia. ¡A la lucha pacífica, democrática y electoral, vamos todos!

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