Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

miércoles, 12 de febrero de 2003

Actualidad venezolana al 12.2.2003

¿Y después de Chávez qué?
Es obvio, para los que vivimos aquí, que como país estamos muy mal. Como sociedad estamos mejor, pues aunque dividida, es colectivo el interés en los problemas del estado y la mortificación por el desgobierno y la muy deficiente o, mejor dicho, inepta administración. También es obvio que la sensación que tenemos es la de estar acorralados en un callejón sin salida. Es una sensación de ahogo y de que va a pasar algo malo, malísimo. Cuando uno está así, lo que desea es salir de esa situación inmediatamente, como sea. Después ya veremos que hacemos, pero no nos podemos permitir seguir en el ahogo.
Candidatos para gobernar a Venezuela, hay. No es pertinente mencionarlos en este momento. Ellos, a lo mejor, no tienen miedo de ser mencionados, pero yo si temo mencionarlos y como miles de personas, no queremos hacerlo. No por que tengamos miedo por nosotros, por nuestras personas. No, ese miedo no lo tengo, ni lo tengo por mis familiares, que ya son adultos y saben o tendrán que saber cuidarse solos. El miedo es a que este gobierno elimine físicamente a esos posibles candidatos o monte tal campaña de descrédito y descalificación, que el tiempo útil de campaña electoral y el costo de la misma se vea comprometido en la defensa o el ataque al contrario y no en la exposición sana y adecuada del programa de gobierno posible. No es práctico eliminar millones de seres, es muy difícil hacerlo, hay pruebas de ello. Pero es fácil eliminar unos cuantos. Para hacer las cosas complicadas a un gobierno despótico, autoritario, opresor e injusto, hay que mantener prudencia en la nominación y audacia en la escogencia. Por eso, yo sé que el futuro gobernante está allí, pero probablemente, o seguramente, no es tan visible como el gobierno quiere que sea, ni tan evidente como pareciera ser.

¿Qué país queremos, para después de Chávez?
Yo quiero el mismo país. Casi todos queremos el mismo país. Pero lo queremos sanado. Lo que no nos gusta es el estilo pugnaz, sofista, pseudológico, mitómano, descalificador, y manipulador de sus actuales gobernantes y su codicia por el poder hegemónico, omnímodo, exclusivista y centralizado.
La esencia del cambio que se dio en este país con la constituyente, en principio, la compartimos todos. Habían diferencias, pero ahí estábamos todos votando por la constituyente o aceptando el voto de los demás. A mi, como a muchos, me gustó la nueva Constitución, tengo reservas respecto a la gramática y sobre varios puntos, como por ejemplo el artículo 350. No puede ser que una constitución pretenda darme o garantizarme lo que es mi esencia, algo tan grave como que hubieran escrito: «El pueblo Venezolano, fiel a su tradición de existir, vivirá y rechazará la falta de salud». Sin embargo, puedo vivir con ese artículo ahí, me molesta, pero entiendo que otros no lo ven inicialmente como lo vemos algunos, simplemente sienten que la constitución, por fin , les da el permiso, les autoriza a hacer aquello que es como el aire para respirar, la búsqueda incesante de la libertad y el respeto humano. Así pues, el país que queremos no es algo nuevo y distinto, es ese que está en la Constitución. La Constitución tiene defectos, seguro que sí. Defectos que los constitucionalistas y otros expertos, deben arreglar y estoy seguro que lo harán. Pero, con defectos y todo, es practicable y resume bastante bien el país que queremos. Lo que necesitamos es personas (léase: políticos, gobernantes) que entiendan, dirijan y guíen al país con un estilo y un sentido que nos enaltezca, nos incite a la colaboración, a la solidaridad, al trabajo, a la creatividad y al respeto por los servidores públicos y nuestros semejantes. Que fomenten en nosotros la confianza al transmitirnos su decidido e inalterable apoyo a las instituciones que elaboran las leyes, a las que las hacen cumplir y a las que vigilan la equidad y probidad de los mandantes. Que se sientan representantes y servidores de todos y no de un grupo. Que no sumerjan sus manos en los asuntos de la economía privada y establezcan los controles y medidas adecuadas para que el fruto de nuestro trabajo, en forma de impuestos, sea justamente canalizado al ciudadano y éste sienta el retorno de su esfuerzo en la sensación de protección, cuido y anticipación, que no tenemos ni hemos tenido jamás. Que sienta orgullo en estimular y reconocer el esfuerzo de los demás. Que confíe totalmente en la capacidad de sus gobernados para ejercer el oficio a tiempo completo de ciudadanos, y acepte como propios los actos públicos de los habitantes de las distintas regiones del país. Que no pretenda saber que es la verdad, qué se puede y se debe decir y qué no, quién es líder y quién no lo es, cómo se hace oposición y cómo no se hace, quién puede y quién no puede recibir dólares. Y por último, que respete los derechos de todos por igual.
Ese empeño debe ser prioritario. Acabamos de ver, la semana pasada, como la mayoría gobiernera en la Asamblea Nacional, al inicio de la discusión de la Ley de Contenidos, respondió a las preguntas retóricas del diputado de la oposición Carlos Tablante, un sonoro ¡Sí! Ellos sí quieren un solo líder, un solo partido político, una sola ideología, un solo periódico, una sola estación de radio y una sola estación de TV, «como en China y Cuba». Pues yo ¡Nó!. No quiero quiero eso para mi país y no quiero tampoco la discrecionalidad gubernamental sobre la expresión de mi pensamiento, ni sobre la expresión de nadie, ni la de ellos tampoco. Puede ser que no esté de acuerdo con sus ideas y planteamientos, pero quiero oirlos, debatirlos si es preciso, y quiero que mis ideas, mis pensamientos estén ahí, tan para todos como los de ellos y los de todos por igual.

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