Medicina anodina
(Artículo de opinión publicado en el
diario El Nacional (http://www.el-nacional.com/alvaro_requena/Medicina-anodina_0_623937697.html),
el viernes 8 de mayo de 2015)
Debo
confesar que estaba muy mortificado con la promesa gubernamental del “revolcón”
para el 1º de mayo. Pero no hubo tal y los pensamientos ominosos sobre la salud
del venezolano y el camino de la medicina pública y privada en el país,
regresaron a mi mente como una tormenta más de las que padecemos en estos días.
Sí, porque si algo se ve deteriorarse con rapidez es la atención a los
enfermos.
Todos
los días y a todas horas escuchamos y leemos informaciones sobre las carencias
de insumos médicos y quirúrgicos, la paralización de servicios asistenciales por
deterioro o falta de equipos y de médicos, y la imposibilidad de reparar equipos por falta de repuestos.
Por
la negligencia, el rezago y la implementación de políticas inadecuadas a las
necesidades sanitarias venezolanas, se han ido fuera del país muchos médicos,
tantos que su ausencia ha generado crisis de asistencia en hospitales y centros
de salud. Crisis agravadas por la
presencia de los médicos integrales, cuya formación es incompleta, superficial y peligrosamente desprovista
de conocimientos básicos y experiencia asistencial.
Se
puede estar sin la medicina moderna, por supuesto. La naturaleza siempre hará su
labor con la mayor eficiencia, como le corresponde, pero la medicina ayuda,
estimula y a veces la sustituye
con ventaja. Los médicos son una necesidad ancestral. Cuando el hombre fue capaz de reconocerse a sí
mismo y como sociedad, hubo quien favoreció y alivió los procesos naturales
relacionados con la salud y la muerte. Desde los curanderos, chamanes, piaches
e iluminados, hasta los médicos actuales todos hemos tenido la misma función:
aliviar y ayudar a bien morir; curar es palabra y acto que no siempre
alcanzamos.
Por supuesto que es mejor saber medicina y mientras
más se estudie y se sepa, más se podrá ayudar al paciente. No basta la buena
intención y el acercamiento empático con el paciente, también hay que saber que
hay algo más que hacer. La época en que Teofrasto,
médico y filósofo, alumno y sucesor de Aristóteles, decía con seguridad y
certeza que “El sonido de la flauta curará la epilepsia...”, no debe volver jamás,
aunque estemos hoy cerca de ello al no contar con tecnologías actualizadas ni
medicamentos e insumos quirúrgicos básicos y necesarios.
Evitaremos hacer medicina como la que practicaban y practican
los piaches y otros curanderos, basados en el uso de ‘humos, soplos y
bramidos” y también la importada de Europa en la época colonial, como el uso de
pócimas y elementos curiosos de la naturaleza a los que se consideraba dotados
de propiedades curativas o paliativas, como la piedra bezoar, que suele
encontrarse en las vías digestivas y urinarias de algunos mamíferos y se
utilizaba en el tratamiento de la melancolía y algunos males del corazón, que,
ante la actual escasez de medicamentos psiquiátricos, sería fantástico, si
sirviera para algo más que adorno.
El
sistemático proceso de desvinculación del pueblo con los médicos y la medicina,
malponiendo a los pacientes en contra de sus cuidadores, exigiéndoles atención
y servicios con despótica actitud y fomentando la agresión y el maltrato al
profesional que por su vocación todavía permanece en su puesto, trabajando sin
ayudas materiales y por remuneraciones inferiores al salario mínimo nacional,
han logrado desestabilizar la atención médica tanto en salud como en enfermedad
y nos han sumido en un pozo sin asideros cuya profundidad es solo medible en
términos de años y decesos por inatención o atención inadecuada e insuficiente.
Llegamos
a practicar una medicina brillante en calidad y útil en términos de atención
pública, pero hemos caido estrepitosamente, como una fantasiosa máquina del tiempo,
a etapas ya superadas del empirismo mágico, pronto estaremos haciendo una
medicina, otra vez anodina, por insignificante, ineficaz e insustancial, como
dice el diccionario.
Como
última y permanente recomendación ante la escasez de medicinas y alimentos,
recuerdo a todos aquel viejo proverbio: «Quien quiera vivir sano, coma poco y
cene temprano»