Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Más damnificados

(Artículo de opinión publicado en la página 10 del diario El Nacional, el viernes 10 de diciembre de 2010)

En oportunidades para resolver un problema generamos otro peor o más difícil, tal y como sucede en las películas de acción a las que nos tiene acostumbrados Hollywood, en las que para cuidar a uno maltratan mil. Algunas veces estas situaciones se presentan como respuesta lógica y natural a la emergencia enfrentada de forma imprudente y descuidada, como sucedió en Waco (Texas) y en Venezuela con las miles de toneladas de alimentos y medicinas que se dañaron por almacenaje y distribución inadecuados. Otras veces los problemas se presentan por el retardo en la toma de decisiones y su posterior puesta en práctica, como sucedió a las fuerzas alemanas en la batalla de Stalingrado o a los americanos en la guerra de Vietnam.

Hay otra forma de ser ineficientes al afrontar emergencias catastróficas, esa forma es autóctona y venezolanísima. Consiste en cuidar hoy, pero no mañana. Como el famoso “plan de emergencia” de Wolfgang Larrazábal, ofreciendo empleos temporales y viviendas a desempleados. Populismo engañador. Espejismo de futuro promisor sin seguridad ni estabilidad alguna.

Algo así ha ocurrido en los últimos once años. Desde el deslave del 1999 no se ha visto ningún progreso en la prevención y atención de desastres, ni en la recuperación de los daños padecidos por la población y la necesidad de reubicar a los damnificados. Pretender que se puede improvisar refugios para personas desplazadas por los acontecimientos más dramáticos de la naturaleza, expropiando e invadiendo hoteles y viviendas privadas, es un absurdo. Es crear un problema posterior. Es hacer de los propietarios de esas viviendas y hoteles, otros desplazados, arruinados y expoliados. Es, convertir a todos en desgraciados por las circunstancias. La solución a un problema social no puede ser un nuevo problema social. Las zonas turísticas han traído alguna prosperidad a esos pueblos que, sin duda, se perderá. Tendrán vivienda o sitios para pernoctar, pero no habrá trabajo, no habrá dinamismo económico, no habrá crecimiento, habrá depresión, empobrecimiento y éxodo de las nuevas generaciones y quizá de las viejas, también.

Elevar la cota de protección del Ávila para estimular la construcción de viviendas populares es otra insensatez, particularmente en un cerro propenso a deslaves. Haber permitido el deterioro del Metro y la no renovación y mantenimiento de carreteras y puentes, es impensable en un país que regala carreteras a otros países, compra aviones, tanques de guerra y miles de armas y no piensa en acumular pertrechos, tiendas de campaña y toldos inmensos, baños, cocinas portátiles y viviendas móviles; es decir, todo lo necesario para establecer campamentos de refugiados a quienes se pueda atender en condiciones adecuadas y decentes por un tiempo, mientras amainan las fuerzas de la naturaleza y se ponen en práctica verdaderas soluciones.

Nada de eso hemos visto. Un país con riesgos telúricos como los ciclones, los terremotos, las vaguadas, los deslaves, las crecidas de ríos y quebradas, las tremendas tempestades y sequías y estamos igual que cuando Bolívar en el terremoto de 1812: sin protección alguna para los ciudadanos y sin otro camino que rezar al altísimo por nuestra seguridad y pronta recuperación de los daños causados por la furia de la naturaleza y por la imprudencia y falta de previsión de los gobernantes.
¡Ay, Dios mío, sálvanos, porque nosotros no sabemos ayudarnos!

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