Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

martes, 5 de octubre de 2010

Periodismo mocho

(Nota: Este artículo fue escrito para su publicación el 28 de septiembre de 2010. Por causa ajena a mi voluntad no fue publicado en su momento, pero por considerarlo importante para mi y para mis lectores, decidí publicarlo de forma extemporánea hoy.}

En primer lugar debo decir y dejar absolutamente claro y diáfano que yo no soy periodista ni pretendo serlo. Soy, eso sí, una persona muy opinionada, es decir, digo lo que me parece sobre lo que me apetezca hablar y lo hago desde muy adentro de mi. Por tanto, en cada una de mis opiniones viene rampante y evidente un sesgo personal que disfruto y valoro mucho, que me define y forma parte de mi identidad.

Dicho lo anterior, paso a opinar sobre un suceso público reciente que me sacó la piedra, como decimos en criollo.

No estoy muy seguro de que los lectores conozcan que significa la palabra “mocho”.

Para colaborar con la mejor comprensión de lo que escribiré posteriormente, les contaré antes que “mocho” es una palabra que describe como obtuso y sin puntas, aristas ni excrecencias, la terminación o parte final de algo, un objeto alargado, un machete, cuchillo, navaja, palo o un brazo. Es decir una terminación roma, no puntiaguda y por tanto anodina. Algunas personas piensan que “mocho” significa lo mismo que “recortado”. Bueno, como ven no es así, aunque como sinónimo para crucigrama, vale.

Un periodismo mocho sería pues aquel que resultaría de ejercer la profesión como simple retransmisor de noticias o declaraciones, sin la intervención del periodista en cuanto a la búsqueda de la información necesaria. Los periodistas pasivos, romos por definición, ni buscan, ni perciben la noticia, ni escarban, ni encuentran, ni persiguen la información.

Cada quien tiene derecho de ejercer su profesión como mejor le parezca, pero el ejercicio profesional usualmente deberá atenerse a unas normas deontológicas que, como su nombre lo indica, será una lista de deberes que con obligación moral deberán cumplir los profesionales de una determinada rama. El periodismo, como la medicina, el derecho, la ingeniería y otras profesiones, tiene su código deontológico. Solemos llamar a tales normas, códigos de ética.

Usualmente, un periodista logra diferenciar con claridad la información de la opinión y tratará cada una por separado y procurará que la confusión que pretende quien emite opinión como si fuese información, no se de. En otras palabras, evitará ser utilizado.

No pocas veces se encontrará con aviesos y muy inteligentes personajes que en sus declaraciones son lo suficientemente astutos como para presentar sus opiniones o visiones de un asunto como la noticia en sí, generando al público el malestar de sentirse manipulado, en este caso por el no avezado periodista.

Casos como los descritos antes hay muchos y son muy frecuentes, sobretodo entre los políticos y los financistas.

Así pues la utilización del periodista sin que este caiga en la cuenta de la manipulación suelen intentarla muchos y la logran unos cuantos.

Tengo la impresión de que en Venezuela siempre hemos tenido buenos y muy respetables periodistas. De pocos profesionales y muchos aficionados hemos pasado paulatinamente a tener muchos profesionales y muy pocos aficionados. La moral profesional siempre ha sido alta, pero la nueva estructura mediática del país ha traído como consecuencia que muchos periodistas hagan caso omiso de sus inclinaciones políticas y se vean obligados, por razones de subsistencia, a vivir las presiones manipulativas de los medios en los que trabajan. Tanto es así, que oír a algunos de ellos narrando las bondades del sistema político imperante como si se tratase de una noticia, es frecuente y para el oído entrenado, desagradable. Como también lo es oír la retahíla de desgracias llegadas y por venir que enumeran algunos periodistas que transmiten sus opiniones personales como si fuesen la fuente noticiosa del momento. Hay de todo.

También hay gente muy seria que trabaja para medios igualmente serios. A todos ellos les admiramos y respetamos con deferencia.

El mejor juez de la labor ética profesional de cada quien, es cada quien y en su defecto sus pares. Los médicos sabemos cuando estamos haciendo algo que no debemos, al igual que lo saben los abogados, los curas, los policías, los militares y los periodistas; pero los médicos no sabemos cuando un militar está haciendo algo que va en contra de su código deontológico, o un abogado o un periodista. Tampoco sabe un periodista cuando un abogado o un médico no está cumpliendo uno de los deberes que le corresponden. Es de esperarse pues, que a la hora de emitir un juicio de valor sobre la actitud o actuación de un profesional de una profesión que tenga un código de ética, tal juicio deberá ser emitido por sus pares y más de uno si es posible.
Otro caso pragmáticamente diferente lo constituyen los políticos y más aún cuando son gobernantes. No hay código de ética de los gobernantes o de los políticos.

Manejan ellos, debemos esperarlo así, valores morales propios de la sociedad y aquellos emanados de las leyes y constituciones que les toca cumplir. Su compromiso principal siendo con los pueblos que les han elegido, representa en sí, un patrón de referencia conductual y moral de mucho calibre.

Malo es cuando quienes ostentan las investiduras más representativas de una nación se creen así mismos, no la representación del estado, sino el estado en sí y piensan que esa categoría autoasumida les da un derecho cuasi divino, para cuestionar la moral de otro o de otros.

Ya lo decían los antiguos romanos: “Malus est qui praesumitur sibi malos esse alios” (Malo es quien presume que los demás son malos).

Ayer tuvimos la oportunidad de ver como el Presidente de Venezuela, alterado, disgustado, “descolocado”, con ira medianamente contenida, evitaba, yéndose por las ramas, contestar la pregunta que, de forma poco ingenua pero muy cabal, le había hecho la periodista Andreína Flores de Radio Francia Internacional (RFI) y de Radio Cadena Nacional de Colombia (RCN), solicitándole explicara por qué, a casi igualdad de votos, había tal diferencia entre el número de diputados obtenidos por la oposición y las fuerzas oficialistas, en la cual estos últimos superaban en al menos treinta diputados los obtenidos por la oposición. A la protesta del Presidente, quien obviamente esperaba que esa explicación la diera ella y no él, o no se diera ninguna explicación, La periodista Flores contestó que ella deseaba que sus radioescuchas conocieran las razones de tal situación. Bueno, pues el Presidente le trató de hacer ver su ignorancia fingida de las leyes de Venezuela y como esa pregunta no era ética y ella era movida por fuerzas que pretendía empañar el proceso comicial del domingo y la revolución, así como el socialismo del siglo XXI, y como RFI nunca había contestado a sus protestas por haber difundido informaciones no ajustadas a la verdad. Claramente la trató no como una periodista, sino como alguien que de forma personal le estaba poniendo una trampa en público para que él explicara algo que ella ya sabía.

Ciertamente que el Presidente no actuó como un Presidente, ni como una persona equilibrada. Se descolocó y para recolocarse hubo de recurrir a presentar una escena de aprovechamiento de su condición de gobernante, aduciendo manipulaciones arteras por parte de la periodista y sus empleadores. Se arrogó el papel de juez paritario de la ética periodística y apabulló con su poder, labia, burla y rabia, a un profesional que hizo lo mejor sabe hacer: Preguntar para que otros entiendan por boca de los actores principales del suceso.

El Presidente fue quien convocó la rueda de prensa para oírse a sí mismo y que las preguntas tímidas ante su condición de Presidente, resultaran en una ovación de noticias no amañadas pero si impresionantes y no explicadas.

Lo que el Presidente no dijo y nadie a su alrededor dice es que se trata de un suceso contundente sólo explicable por lo bizarro de nuestras leyes y normas electorales, en oposición flagrante a nuestra Constitución del año 2000.

Yo no conozco a la periodista Flores ni al Presidente de Venezuela. A ella le deseo que trague grueso y pase este mal rato rápidamente, en la seguridad de que somos muchos quienes la admiramos y sentimos disgusto con el inmerecido trato que recibió. A él no le deseo ni le pido nada. No hay nada que hacer. Es un caso perdido. Todavía no puedo entender por qué está allí, porque sigo pensando como el finado Profesor Luis Castro Leyva, quien a propósito de unas declaraciones radiales del actual Presidente Chávez en 1998, escribió en un artículo publicado en El Universal, el 20 de febrero de 1998: “Sé como quiso usted pensar, pero aun respetando su intención, perdonará usted que le diga que usted no sabe pensar y que lo que piensa no vale la pena pensarse, aunque la fuerza la tenga de su lado hoy, después, siempre.”

Es obvio que lo que quieren los oficialistas es un periodismo mocho, romo, que no escarbe, que no busque y que, por supuesto no encuentre.

No es ese el periodismo que queremos muchos, la mayoría. Necesitamos periodistas agudos, que ejerzan su profesión con sentido de mineros, de buzos, de investigadores, de apasionados excavadores de la verdad. No necesitamos periodistas que sean simples portadores de información ofrecida en bandeja de plata. Para eso está el gobierno absurdo que tenemos; para brindar al público la versión morigerada de la realidad cruenta, manipulada, corrupta e ineficiente de su gestión.

Sic transit gloria mundi.

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