Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Argentina y Venezuela

(Artículo de opinión publicado en la página 7 del diario El Nacional, el viernes 3 de septiembre de 2010)

Acabo de vivir la inefable experiencia del frío intenso de la Patagonia y la cálida actitud de los argentinos. Bariloche y Buenos Aires, bullían con el ronroneo musical de los brasileros y de los venezolanos.

“Chévere” es, casi, una palabra de uso corriente. En todo lugar que estuvimos fuimos tratados con amabilidad y deferencia.

No hubo quien no reconociera rápidamente nuestro acento venezolano y nos preguntase seguidamente por “el amigo Chávez”. Los más con sorna, otros con genuino deleite. A todos contestábamos con igual paciencia: “…Bien, ahí andamos”, “Tu sabes, poco a poco, luchando y tratando de surgir”, “…El 26 de septiembre esperamos…” Pero, fuese lo que fuese que dijésemos, las probabilidades de que siguiese una discusión amable y crítica en extremo, eran muchas y casi siempre nos enfrascábamos en conversaciones muy llenas de desesperanza tanto para nuestro país como para el de ellos.

El “amigo de Cristina” era el más frecuente de los remoquetes, “Todos son iguales”, la más frecuente de las aseveraciones. “Lo que él hizo allí lo quiere hacer ella aquí”, fue comentario obligado.

“Se está metiendo con la prensa”, “Quiere dominar los medios de comunicación”, “Va a ahorcar a la prensa”, “Quiere acabar con La Nación y con Clarín”, “No soporta la crítica”, fueron frases muy repetidas.

“Tiene a toda la familia en el gobierno”, “Si no va Cristina a las elecciones del 2011, lanzará a su hermana” (la hermana de Néstor Kirchener), “Eso es nepotismo”, “… Él seguirá mandando”, “El presidente de la AFIP (Administración Federal de Impuestos Públicos) también tiene a sus familiares en la nómina”, fueron comentarios muy frecuentes.

“Hace lo que quiere, con o sin Constitución”, “Eso es inconstitucional…”, “La Constitución no sirve para nada”, “El gobierno se inventa las explicaciones para hacer lo que quieren”, “La corrupción es bárbara”, “Un país tan rico con tanto potencial de crecimiento y los pobres seguimos pasando mucho trabajo”, “Para subsistir con un salario decente, hay que trabajar mucho y muy seguido, no se puede descansar”, “Se lo roban todo”, “¿Es allí igual?”.

“Los políticos no se acuerdan de acordarse lo que prometieron”.

Con frecuencia se oye y se lee: “Argentina crece de noche mientras los políticos duermen”. Cáustica aseveración basada en una frase de Clemenceau en 1910, cuando visitó la Argentina.

¡Que similares somos! La amistad de nuestros presidentes parece más bien complicidad. Los argumentos de ambos carecen de la profundidad, equidad y apego a la constitución que los demás ciudadanos conocemos y respetamos. Nuestras constituciones son sentidas y conocidas por el pueblo de forma diferente a como es utilizada e interpretada por los gobernantes. ¿Realmente es tan difícil entender un instrumento legal tan básico? ¿Es tan complicado y retorcido el mecanismo mental para aceptar las pautas constitucionales, como nos lo hacen sentir? ¿Merecen esas personas –que fueron elegidas en votaciones populares y han actuado con esa actitud tan enrevesada para justificar proyectos personales e imponer ideologías– seguir recibiendo el apoyo popular que lograron convocar en su momento, o deberíamos cambiar el sentido de nuestros votos y buscar para la conducción de la República otros seres menos encantadores y más realistas, democráticos y verdaderamente comprometidos con el cumplimiento de leyes y normas de convivencia de respeto y amplitud de criterios?

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