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jueves, 8 de julio de 2010

Simón y Manuelita

(Artículo de opinión publicado en la revista electrónica Analítica.com, el miércoles 7 de julio de 2010 en: http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/7362640.asp)

Indiscutiblemente, detrás de cada gran personaje de la historia, siempre ha habido otro personaje que le ha brindado su apoyo, su amor y hasta su vida. La mayoría de las veces ha sido una mujer, otras un hombre, a veces varias personas; pero el amor ha sido el denominador común de esa grandeza.

Este punto ha sido debatido e ilustrado en muchas obras literarias, biográficas e históricas. Quizá las más conocidas sean la serie “Historias de amor de la historia de Francia”, del periodista e historiador francés Guy Breton, y las obras literarias como “los amantes de Teruel”, “Abelardo y Eloísa”, “Romeo y Julieta”, “Tristán e Isolda”, también en “La Divina Comedia” donde Dante exalta a Beatriz y en los poemas de Petrarca donde canta a Laura.

Ciertamente que no podemos achacar los éxitos o el fracaso de ningún gobernante o persona de gran influencia social, económica o política, a la presencia o ausencia del enamorado(a). Alguien podrá pensar que gracias a la circunstancia amorosa y al ardor pasional de la relación con el o la amante, se envigoró el personaje y logró sus objetivos con largueza y efectividad. Pudiera ser y estoy seguro de que en más de un caso así fue.

En otros casos la relación amorosa no ha sido pasional pero sí de maestro(a) a discípulo(a), enamoramientos docentes, pudiésemos llamarles, o de simple admiración apasionada.

Lo que termina siendo cierto de esas relaciones es que la historia reconoce en estos personajes una función de colaboración, apoyo, empuje y hasta de protección y cuido inimaginable.

Así pues, del amor pueden surgir grandes creaciones y gestas nobles y enaltecedoras.
Muchas son las parejas que según recoge la historia, dejaron su impronta en los hechos de la humanidad y, a su vez, fueron modelo de relación amorosa. No vamos a nombrarlas aquí, pero estoy seguro de que el lector ya habrá pensado en más de una, heterosexuales u homosexuales, hermanos, padre e hijo, tío y sobrino o sencillamente amigos del alma.

Muchas de las parejas que conocemos por las narraciones históricas o por sus biografías, no estuvieron envueltas en la conducción de estados, guerras o grandes gestas familiares o de conquista. Fueron, simplemente, amantes devotos, con o sin desgracias asociadas.

A la extensa lista de esas parejas famosas se le han añadido últimamente varios nombres: Bonnie y Clyde, Frida Kahlo y Diego Rivera, Humphrey Bogart y Lauren Baccall, Ingrid Bergman y Roberto Rossellini, John F. Kennedy y Jacqueline Bouvier, John Lennon y Yoko Ono, Pierre y Marie Curie, Pierre y Margaret Trudeau, Marx y Engels, Felipe de Edimburgo y la Reina Elizabeth, Rainiero y Grace Kelly, Robert Wagner y Natalie Wood, Roman Polanski y Sharon Tate, Juan Domingo y Evita Perón, Ronald y Nancy Reagan, Sonny y Cher.

También han pasado a formar parte de esas parejas famosas otros nombres muy conocidos como: Donald y Daisy, Mickey y Minnie, Lorenzo y Pepita, Ken y Barbie, Tom y Jerry, Chip y Dale, Superman y Luisa Lane, Batman y Robin.

Por supuesto, será muy difícil desbancar a Adan y Eva, a Romeo y Julieta, a Sansón y Dalila, a Salomón y la Reina de Saba o a Marco Antonio y Cleopatra, y más recientemente a Napoleón y Josefina y al duque de Windsor y Wallis Simpson.

Pues bien, a esa inmensa e inagotable lista se le ha añadido oficialmente a Simón Bolívar y Manuelita Sáenz. Lo que todos sabíamos y siempre consideramos una relación amorosa duradera e imposible de cuajar, dadas las condiciones de ambos personajes, ya que Manuelita era casada, resulta que ahora el gobierno decidió sancionarla como famosa y fructífera y para tal fin decidió que sus restos simbólicos, en este caso arena, fuesen trasladados al Panteón Nacional de los héroes venezolanos y se le diera sepultura en las cercanías del Libertador Simón Bolívar, además se la ascendiese al grado de General, pues el de coronel, ya lo tenía.

Después de la muerte de Bolívar, Manuelita, que era ecuatoriana y fue rechazada por su país, pasó mucho trabajo y vivió en severo estado de pobreza hasta su muerte en el Perú, durante una epidemia de difteria en 1856, veintiseis años después del deceso de Bolívar.

Para nadie era un secreto ni se hacían cruces al recordar y mencionar los amores de Manuelita y el Libertador. En cualquier recuento de parejas famosas, habrían salido sus nombres de inmediato. Sus historias son harto conocidas por quienes conocen la vida de Bolívar y la historia de la independencia de los cinco países bolivarianos. No es mucho lo que aporta este gesto dramatizado y mediático del gobierno de Venezuela.

Lo cierto es que la vida los había separado y en ello estuvieron ambos de acuerdo. Ahora la vida los reúne en condiciones que sirven más a otros que a ellos mismos, pues a mis ojos y sentidos, Manuela y Bolívar vivieron con intensidad y felicidad lo que pudieron vivir y si no lo hicieron más de lo que fue, ellos fueron lo únicos responsables y sus razones tuvieron, buenas o malas, comprensibles o no, pero así lo habían decidido en su momento.

Salir en 2010, 180 años después a enmendar la historia no me parece adecuado ni conveniente. Hacer de los recuerdos de los héroes más de lo que son, para convertirlos en símbolos del amor infiel y pasar por encima de sus propias decisiones y valores morales, me parece cuando menos, una falta de respeto para ambos y por igual.

Preferiría que en la fosa común donde descansó Manuelita se hubiese colocado una placa narrando el personaje y la importancia que tuvo durante los ocho años que acompaño a Simón Bolívar.

Ya la tenemos aquí, simbólicamente, junto a Bolívar y espero que sus almas que seguramente siempre han estado juntas, disfruten la parafernalia, el grado militar y no echen mucho de menos la pensión que nunca tuvo por ser coronela.

Afortunadamente, nosotros los románticos que creemos en el amor aquí en la tierra y en el más allá, sabemos que esas ardorosas manifestaciones que persiguen indulgencias con escapulario ajeno, no significan nada trascendente y serán, como siempre, un show populista sin verdadero sentido histórico ni constituirá en sí un modelo a imitar.

En todo caso, espero que sigas descansando en paz, Manuelita, y que Bolívar no se esté preocupando por este gesto, que le debe haber revuelto la seguridad de los últimos años con el recuerdo de la posible inseguridad para Manuela.

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