Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

martes, 30 de junio de 2009

Actualidad al 30.06.2009 – Honduras profundas

En apenas 48 horas se montó la gata en la batea, como suele decirse. Los asuntos hondureños que parecían muy claros y hasta concisos para todo el mundo, en las primeras 24 horas de este sainete político fueron cambiando de color y de rojo intenso pasaron a sonrosado y ahora están, como se dice en mi tierra, color de hormiga.

Del análisis superficial que todos hicimos del problema de Honduras, ahora hemos pasado a un análisis más detenido y de mayor profundidad y extensión que el de ayer. Ya no se trata solamente de un problema describible como un golpe de estado. Para nada, ahora se trata de un contragolpe, de un latigazo y de una reacción en cadena. Nada menos, ni nada más peligroso.

Para colmo de los colmos, una mentira más ha oscurecido la ya ensombrecida imagen de nuestro jefe de estado local. Su expresada voluntad de no intervenir en los asuntos de otros países esta seriamente maltrecha. Al menos teóricamente. Su expresada voluntad de no ser beligerante ni perturbar la paz de propios y extraños, también está seriamente maltratada.

Las lealtades automáticas de los mandamases de Venezuela y Nicaragua, que misteriosamente coinciden con los sufrimientos del exiliado Zelaya, se quieren imponer, a la fuerza si es necesario, en la solución del problema gubernamental de Honduras.

La verdad es que los nicaragüenses no aguantarán dos pedidas para darse palos con los hondureños. Después de todo, los sandinistas se la tienen jurada a Honduras y han estado a la espera del momento de doblegarla. Imperialismo yanqui o no, lo que importa es que las fuerzas armadas hondureñas han sido efectivas en resguardar el orden y concierto de la República y eso significa que han resistido los avances del comunismo preconizado por el frente Farabundo Martí en El Salvador y en Guatemala y los del propio Daniel Ortega.

La información, que fluye rauda y veloz desde Honduras, aclara que el madrugonazo quien lo dio, unos días antes, fue Zelaya. Los demás lo que hicieron fue defenderse: contragolpe.

El suceso hondureño pareciera que va a terminar en un episodio bélico al mejor estilo Bush: sin muchas razones, pero usando los amigos para justificar lo injustificable y haciendo creíble y aceptable la acción bélica en función de los altos intereses de la ética amalgamadora a la fuerza del socialismo del siglo XXI. Dos cuerazos para el niño que se porta mal y cadena perpetua y hasta paredón para sus secuaces, será el resultado soñado por Ortega y Chávez. Veremos si las fuerzas armadas hondureñas se dejan. Por el momento parece que el SICA y el ALBA, están de acuerdo. La OEA y la ONU, no veo cómo van a hacer para detener esa locura. En todo caso el gobierno venezolano parece que ya comenzó su ofensiva por los caminos verdes y está soliviantando a los hondureños. Ese desastre bélico será un auténtico latigazo a la paz y al futuro de América latina.

Zelaya, de bravucón, se irá a Tegucigalpa el próximo jueves, piensa él que acompañado de al menos Insulsa. Pero bravucones de barrio hay varios y más de uno se sentirá ungido de revanchismo divino y le acompañará, ya que cualquier oportunidad es buena para ejercer de camorrista internacional. Mucho temo que Insulsa no participe del espectáculo y con una brillante excusa deje solos a los muchachos del barrio caribeño con Zelaya.

Las repercusiones de lo que acaba de suceder en Honduras, a estas alturas de la historia, son casi imposibles de prever, pero un ejercicio de la imaginación puede pintar un desastre socioeconómico de proporciones desconocidas en nuestro medio. Las naciones latinoamericanas son muy pobres. Honduras es casi tan pobre como Haití, Nicaragua y Bolivia están también muy alcanzados. Venezuela sin petróleo sería la triste y hambrienta tierra que fue la esperanza de muchos. A la pobreza existente se sumaría la que genera la guerra, y a la insatisfacción existencial de los latinoamericanos actuales, se sumarían los duelos individuales y colectivos de una guerra fratricida y de una pérdida de capitales y de capacidad de producción de alimentos y bienes que nos retrotraería al siglo XIX.

Por qué vislumbro un panorama tan nefasto, si aquí hemos perdido la actitud de guerreros, ya que desde 1903, en Venezuela, al menos, no hemos tenido una batalla que pueda denominarse tal y eso es argumento suficiente para considerar que no iremos a la guerra. El asunto es que una cosa quiere el venezolano y otra quien le manda. Chávez está imbuido de un estro belicoso retroalimentado por los cincuenta años de castrismo invasor y belicoso y los setenta y cinco o más años de sandinismo belicoso e invasor. Una mezcla explosiva y probablemente descontrolada, que huele más a anarquismo que a comunismo y que tiende más a capitalismo de estado beligerante que a socialismo pacifista y solidario. La desgracia de la ambición personal de los jefes de estado como Zelaya, que no supieron serlo y la de otros como Chávez y Ortega que manipulan a sus pares hasta la desgracia, traerán como consecuencia desolación, miseria, dolor y sufrimientos sin límites a nuestros pueblos. A menos que uno de esos milagros que los humanos contamos como tales, pero que recocemos en ellos nuestra propia mano, como sería la resistencia sólida y firme de los hondureños y la solidaridad magnífica y constante de quienes no comulgamos con las falsas esperanzas y las burlas populistas y mentirosas de los supuestos socialistas chavistas y castristas, mantuviesen la paz el tiempo suficiente para que los hondureños recuperen su estabilidad política y superen la rabiosa frustración de quienes intentaron imponerles por medios aviesos y arteros una secuencia de eventos que hubiesen desembocado en un estado autoritario, represivo, desestimulador y capitalista.

Centroamérica está a punto de vivir una reacción en cadena, tan severa y dañina como la que podría desencadenar una bomba atómica. Pocas esperanzas hay de que se recupere la paz. Hay muchos jefes empeñados en hacer la guerra y la saben hacer, no hay duda. A pocas esperanzas debemos aferrarnos y en vez de buscar mil opciones, centrarnos en una, solamente, no permitir que se interrumpa el curso de la paz. Que impere la serenidad, la tolerancia y la justicia en nuestras acciones individuales y conjuntas como latinoamericanos.

La visón en profundidad de los problemas hondureños corresponde a ellos solamente. Confiemos en que sabrán asumir su responsabilidad y plantearan las soluciones justas, equitativas y saludables que los demás, con temor justificado, esperamos. Sobretodo esperamos poder gritar con nuevas alegrías y entusiasmo civilista: ¡Viva Honduras!

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