Actualidad venezolana al 19.12.2002
En Venezuela lo estamos pasando muy mal. La situación política del país es terrible, la económica es pavorosa y la social es explosiva. Espero que no lleguemos a las armas de forma definitiva. Hay quienes lo desean. Los perros de la guerra están en todos sitios, en todos los momentos y es esta una oportunidad más para ellos.
La violencia es la regla hoy día.
La resistencia pacífica es una actitud que estamos tratando de demostrar. Con grandes esfuerzos y sacrificios, pero con convencimiento.
La política ha invadido nuestra paz, nuestros hogares, nuestra confianza y desde luego la fe. No entendemos por qué, pero así ha sido.
Ya tenemos 17 días de paro. Yo estoy de paro. Sólo he atendido algunas emergencias y suspendí la consulta hace 17 días. No se cuanto más podremos aguantar, pero lo haremos.
Pérdida es lo que sentimos todos aquí en este momento. Todos nuestros actos pareciera que están orientados en recuperar el sentido de la vida que queremos vivir en contra del que perdimos y del que nos obliga a vivir este régimen mentiroso, cínico, agresivo, violento, coartador, indignante, empobrecedor (no sólo en el sentido económico de la palabra, también en el cultural, educacional, profesional y espiritual).
La sensación es la de una enfermedad muy consuntiva y limitante que solamente se cura si desaparece, no tienes ya la posibilidad de vivirla crónicamente, no es posible adaptarse. Es como convivir con la maldad o con la mentira, simplemente no se puede.
Un amigo, Pepe Rodríguez, escribe una columna en el diario El Universal y llama siempre al presidente Chávez, “belcebú”. Eso da una idea de lo que estamos viviendo.
Quizá la única enseñanza que hemos visto hasta ahora es la de la solidaridad que se inicia en gran escala en nuestro país, y la siguiente cosa que veremos es la “desmaterialización” de los actos cotidianos del individuo. Los venezolanos están aprendiendo a la brava que el dinero y los bienes no sirven de nada si no tienes la paz, la libertad y el sentido de pertenencia a la sociedad humana. Por primera vez en años hemos oído personas que prefieren perder o no tener (poseer), o no ganar, que seguir como estamos. Esa es la Venezuela verdadera.
En Venezuela cumpliremos el próximo julio del 2003, cien años sin guerras, después de haber pasado 90 años ininterrumpidos de guerras, desde 1811 al 1903. Desde entonces hubo escaramuzas y pequeños actos bélicos, o levantamientos, como los hemos llamado, pero sin más.
También celebramos este año los 66 años de la gran huelga petrolera del 14.12.1936, que duró 42 días, y que la llamaron del “agua fría”, pues ese fue el detonante, nuestros obreros petroleros solicitaban de sus patrones yanquis el derecho a tomar agua fría, igual que lo hacían ellos. Eso duró 42 días y los hijos de los obreros y sus esposas se morían de hambre, y las personas de Caracas y de otras ciudades se trajeron a esos niños mientras duró la huelga, para alimentarlos, cuidarlos, educarlos y hacerles sentir con fuerza la solidaridad que sentían por la gesta de sus padres y darle así a los huelguistas el fuelle que necesitaban para seguir adelante con su gesta, que no sólo resultó exitosa, marcó a su vez el inicio de los modernos sindicatos de trabajadores, la central obrera única, la Ley del trabajo –para su época una de las más avanzadas del mundo- y por sobre todo eso, el inicio de una era democrática y de crecimiento social y personal, como no hemos conocido otra, hasta que en 1945 un golpe de estado malhadado e infeliz, truncó nuestras esperanzas vitales. Desde entonces andamos a trancas y barrancas. Los 40 años de democracia que finalizaron en 1998, fueron una engañifa, una obra de teatro en seis o más actos similares. La nueva democracia, actual, igual, esperanza en la letra pero fatalidad, aprovechamiento y explotación emocional en la música.
Los venezolanos somos un grupo bastante especial de individuos, físicamente nos parecemos a los demás latinoamericanos, pero ahí terminan las comparaciones, no somos belicosos, agresivos ni pugnaces como nuestros vecinos, ni taimados o guardados pero violentos como otros vecinos, sin embargo a la hora de pelear por las causas de la libertad y la paz, somos, o mejor dicho, fuimos capaces de formar y dirigir los ejércitos libertadores de cinco países, o de salir a pelear por la Rusia revolucionaria o la Francia republicana consular. El venezolano parece un tanto superficial y hasta fatuo, pero a la hora de los “¿qué hubo?, su actitud es resteada, entregada y solidaria. En su aparente liviandad hay una fuerza tremenda, su natural afabilidad no es un signo taimado de ocultamiento de debilidades, es un afrontamiento directo de la relación interpersonal. No hay obstáculo que no podamos soslayar con paciencia y buen humor. Por eso yo confío que en medio de esta debacle política encontraremos una salida.
Al contrario de lo que presentan las apariencias, aquí no estamos dando una batalla ideológica. Ésta es una batalla privada del jefe del estado y sus acólitos contra todos. Es la guerra de los contrarios, si decimos sí, el quiere no, si cuidamos esto, el destruye aquello y esto. La clave es lo que él piensa, lo que él desea. Nadie es inocente o culpable, si él no lo acepta así. La constitución es como él dice que debe ser y no como es, pero cuando somos los demás quienes buscamos su apoyo, sólo sirve de rígida armadura desvitalizada, imposible de flexionar o arbitrar, o cuando menos interpretar. Es su constitución para mi.
Así son las personalidades anormales del tipo narcisista, quienes además de no aprender por la experiencias, justifican lo injustificable siempre que sirva a sus intereses, piensan lo impensable, hacen lo indecible y dicen lo imposible. El asunto es que en su pensamiento todo ello hace sentido pues es loa a sí mismo. Hace sufrir a los demás, sin descanso. Las personas son sólo objetivos útiles, usados con pasión y desdeñados con presteza quirúrgica. Pero como todo, tienen su límite. Puede ser exacerbado hasta el desespero delirante y agresivo, pleno de violencia y entrar en un estado de rabia irracional y cometiendo grandes desafueros, procurar, con su locura, su propia destrucción por manos de otros. O puede ser llevado hasta el límite de la desesperanza y la tristeza, ante el abandono y la falta de apoyo a su proyecto y a su actitud, y entónces, replegarse, doblarse sobre sí mismo y posteriormente huir, desertar, rendirse, para eventualmente recuperarse y empezar otro ciclo, pero sintiéndose todo el tiempo, mesiánico e incomprendido. Son salidas extremas y tormentosas, pero así serán.
Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.